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Julieta en su planeta: un viaje al autismo femenino “Muchas niñas crecemos camuflando, imitando comportamientos y esforzándonos por encajar”.

  • Foto del escritor: Equipo La Galería M
    Equipo La Galería M
  • hace 1 día
  • 5 Min. de lectura
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Julieta Ax, autora y divulgadora sobre el autismo femenino, nos invita a conocer su mundo interior a través de su nuevo libro “Julieta en su planeta. Recuerdos, emociones y vivencias de una niña autista”, publicado por Editorial Catalonia. Inspirada en sus propios recuerdos de infancia y en su experiencia como mujer diagnosticada con autismo a los 31 años, Julieta construye un relato honesto y tierno que busca acercar a niños y adultos a la comprensión de la neurodiversidad.


El libro nace de un deseo profundo: que las niñas y niños autistas puedan sentirse acompañados y comprendidos, y que quienes no lo son puedan entender cómo se percibe el mundo desde otra forma de ser y sentir. A través de ilustraciones del destacado artista Fabián Rivas, cada página refleja un universo propio, donde Julieta encuentra refugio y orden en un mundo que muchas veces le resultaba confuso.


Con esta obra, Julieta Ax también aborda un tema aún poco comprendido: la dificultad de diagnosticar el autismo en mujeres. Su relato evidencia cómo muchas niñas desarrollan habilidades para camuflarse y encajar, lo que retrasa su diagnóstico y genera incomprensión en su entorno.


En esta entrevista, Julieta nos cuenta cómo transformar sus recuerdos en un libro ilustrado le permitió reflexionar sobre su infancia, sus emociones y su identidad, y cómo espera que los lectores se acerquen con sensibilidad a su “planeta propio”.


¿Qué te impulsó a escribir “Julieta en su planeta” y a convertir tus recuerdos de infancia en un libro ilustrado?

“Julieta en su planeta” lo escribí originalmente en portugués, poco después de recibir mi diagnóstico. Pensaba en algunos niños autistas que conocía —incluyendo a mi sobrino— y sentía el deseo profundo de que ellos pudieran sentirse acompañados y comprendidos, tal como a mí me hubiera gustado cuando era niña.

Han pasado unos 12 años desde entonces. En ese momento imprimí el librito de manera artesanal para regalárselo, siempre con la idea de que algún día esos cuentos se convertirían en un libro publicado, adaptado para los niños de hoy y con ilustraciones que permitieran llegar más hondo. Desde el inicio supe que era un libro tanto para niños autistas como para los que no lo son, para que todos pudieran comprender mejor cómo sentimos y cómo vemos el mundo.


Fuiste diagnosticada a los 31 años. ¿Qué emociones aparecieron cuando finalmente tuviste una explicación para tantas vivencias de tu vida?

Al principio me costó muchísimo aceptar el diagnóstico. Era muy ignorante sobre el autismo y lo asociaba únicamente a lo que había visto en películas. Pero a medida que fui leyendo más y viendo videos de autistas en YouTube, tuve esa sensación de estar mirándome en un espejo: por fin entendía cómo era yo.

Sin embargo, no fue un proceso fácil. Sentía injusto no haber tenido un diagnóstico antes y también dolía pensar en las veces en que creí que era una mala persona, cuando en realidad solo estaba reaccionando desde mi autismo. Después de atravesar esa etapa, llegó un alivio muy grande.


¿Qué señales de tu infancia reconoces hoy como parte de tu autismo, pero que pasaron desapercibidas?

Me reconocí siempre como una niña muy sola. Aunque solía tener alguna amiga, no sabía bien cómo acercarme a la gente, así que odiaba los recreos y prefería quedarme con mi hermana o en silencio.

En la escuela me aburría muchísimo. Odiaba estudiar porque tenía que seguir el ritmo del curso y yo siempre terminaba las tareas antes, lo que me hacía sentir que perdía horas esperando.

También tenía una hipersensibilidad sensorial muy marcada: no comía muchas cosas, y por eso me veían como “mañosa. Mi cerebro nunca descansaba, y eso hacía que me costara dormir. Siempre me sentí muy nerviosa o ansiosa e impaciente. Otra cosa era que sentía que era muy diferente a todos, rara, como si tuviera un defecto, sin entender la razón.


¿Cuál crees que es el principal obstáculo para que tantas niñas y mujeres autistas reciban diagnósticos oportunos?

Muchas niñas crecemos camuflando, imitando comportamientos y esforzándonos por encajar. Esa capacidad de adaptación hace que el entorno no vea nuestras dificultades reales, y que los profesionales no siempre tengan las herramientas para identificar el autismo en mujeres.


Además, durante mucho tiempo se pensó que el autismo era algo que se transmitía “de padre a hijo”, lo cual invisibilizó por completo a las niñas y contribuyó a que muchas pasaran desapercibidas.


¿Cómo ha cambiado tu vida —en lo cotidiano y en lo emocional— desde tu diagnóstico?

Cambió profundamente la manera en que me trato. Dejé de exigirme tanto. Aprendí a respetar mis límites sensoriales, mis tiempos de descanso y mis formas particulares de comunicarme.

En lo emocional fue liberador: pude poner nombre a cosas que antes vivía en silencio, y eso me permitió estar más en paz conmigo misma y vivir con menos culpa.


Pero también tengo que ser honesta: no es un mar de rosas. Ser consciente de que mi cerebro realmente funciona diferente a veces me deja triste. Hay días en los que me gustaría ser como los demás, en los que me canso de mí misma y de mis propias formas de ser. Me frustra no poder hacer algunas cosas que otras personas de mi edad hacen sin dificultad, y eso a veces me afecta.


Y esta nueva conciencia también tiene un lado doloroso: ahora noto cosas que antes no veía, como cuando hablo demasiado o cuando debería callarme. A veces me siento mal pensando que molesto o que incomodo a los demás, y eso puede ser duro de llevar.


¿Qué representa metafóricamente ese “planeta propio” en tu infancia?

Representa mi refugio. Ese lugar interno donde podía ser yo sin miedo, donde todo tenía orden y lógica. Era mi forma de sobrevivir a un mundo que muchas veces no comprendía.

En ese planeta podía tener mi propio lenguaje sin sentirme incomprendida por los demás.


¿Qué esperas que experimenten las niñas y niños —autistas o no— que lean “Julieta en su planeta”?

Espero que se reconozcan y sientan que los demás sí podemos comprenderlos. También quiero que vean lo valioso que es permitir que otros visiten su planeta, que los acompañen y que no tengan que estar solos todo el tiempo.

Que comprendan que cada persona tiene una forma única de sentir y de mirar el mundo, y que, aunque a veces necesitemos silencio o momentos a solas, no significa que no queramos tener amigos. Solo necesitamos que sepan entrar a nuestro planeta con sensibilidad.


¿Cómo fue trabajar con el ilustrador Fabián Rivas? ¿Qué elementos visuales fueron esenciales para transmitir tu mundo interno?

Conocía el trabajo de Fabián desde hace años y siempre me encantó su estilo, así que fue un gusto trabajar juntos. Le envié varias fotos de mi infancia y fue muy emocionante ver cómo transformó mis palabras en ilustraciones que transmitían exactamente lo que yo quería para el libro.

Me encantó cómo ilustró todo lo relacionado con la música y la escritura; captó muy bien esa parte profunda de mi mundo interno.


¿Qué estereotipos sobre el autismo femenino te gustaría desmontar definitivamente?

Que las mujeres autistas “no existen”, que somos “muy funcionales”, que “parecemos normales”, o que, si hablamos bien, sonreímos o hacemos videos, entonces no podemos ser autistas. Incluso hay profesionales que creen que, si una mujer está casada o tiene hijos, es “imposible” que sea autista. Ese tipo de ideas hace que muchas mujeres adultas nunca lleguen a un diagnóstico.

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