Maite Cereceda y Catalina Siles, Instituto de Estudios para la Familia U. San Sebastián
El 25 de marzo nuestro país, junto con otros como Argentina, El Salvador y Guatemala, conmemora el Día del Niño por Nacer y la Adopción (ley 20.699). Cabe reflexionar sobre el sentido que se le puede dar a este día. Por una parte, esta fecha nos recuerda la presencia real, aunque no disponible a la vista de todos, de un ser humano en gestación, que pacientemente está esperando y preparándose para salir del refugio del vientre materno al mundo exterior. Siendo así, el embarazo no es más que una preparación del niño por nacer que, si no existen eventos fortuitos o violentos como el aborto que se lo impidan, podrá crecer hasta estar listo para vivir en el seno de su familia.
Por otra parte, no cabe duda de que este proceso puede presentar graves complejidades de diversa índole, no solamente para el niño, sino para la madre que lo lleva en su vientre y también para su entorno. Sin embargo, la buena noticia que esta fecha visibiliza, vinculando los dos conceptos incluidos en su nombre oficial, es que hay una salida a esta situación que permite salvar esa vida, y es precisamente la adopción.
Ella representa una luz de esperanza para la madre que, por diferentes motivos, no puede hacerse cargo de su hijo, y también para el niño, que tendrá la posibilidad de seguir viviendo, al cuidado de una familia que espera amorosamente su llegada. Vale la pena mencionar que en Chile existen más familias que buscan adoptar, que niños susceptibles de ser adoptados.
En este día conmemorativo, nunca está de más resaltar que la adopción en estos casos difíciles es un acto de valentía, fortaleza y generosidad, tanto por parte de quienes entregan como de quienes reciben un niño, dándole la oportunidad de vivir en un ambiente propicio. Y, sobre todo, es la alternativa más humana para todos los involucrados.
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