Las bebidas energéticas se han popularizado entre los jóvenes a nivel mundial. En Chile, el promedio de consumo aumentó nueve veces en una década -de 2010 a 2020- pasando de 0,4 a 3,6 litros mensuales per cápita. Se trata de bebestibles atractivos y aparentemente inofensivos que prometen ser un medio para aumentar la energía, el rendimiento y la concentración, entre otros.
“Su consumo se ha masificado principalmente por el gran marketing que tienen; contienen estimulantes que permiten estar despiertos para estudiar, salir o hacer deporte. Además, están presentes de forma masiva en el mercado, son de fácil acceso”, explica Samuel Durán, director del Magíster en Nutrición en Salud Pública de la Universidad San Sebastián.
Una revisión sistemática realizada por investigadores de Estados Unidos sobre los efectos adversos de las bebidas energéticas, que analizó estudios publicados entre 1980 y 2014, concluyó que el consumo de éstas es un problema de salud, principalmente para la población masculina, adolescente y adulta joven; y además está relacionado con un mayor abuso de sustancias y conductas de riesgo.
Según el estudio, cuyo autor principal es Dwight Stapleton, del Hospital Guthrie Robert Packer de Pensilvania, entre los efectos más comunes están los problemas al sistemas cardiovascular y neurológico (pueden producir convulsiones), así como también efectos hematológicos, aumento de somnolencia, e incluso algunos episodios psicóticos.
Los ingredientes comunes en las bebidas energéticas son, en su mayoría, estimulantes con efectos potenciadores, como la cafeína, taurina, guaraná, glucuronolactona, ginseng, complejo vitamínico B, entre otros, además de una alta cantidad de azúcar: una lata promedio puede tener el equivalente a 14 cucharaditas de azúcar.
La cafeína es el compuesto presente en mayor cantidad, y los eventos adversos están principalmente relacionados con sus efectos. Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, 100ml de estas bebidas energéticas contienen en promedio 32ml de cafeína. Es decir, una lata de 500ml sobrepasa en 60% la dosis máxima sugerida para un adulto.
“Las dosis de cafeína de las bebidas energéticas van entre 50 y 505 mg por porción, algo muy alto, en comparación con 34 mg en una lata de Coca-Cola o 100 mg de 1 taza de café”, dice Samuel Durán. “Y peor aún, el tamaño de la lata va aumentando”.
Energéticas y alcohol
Además del consumo de energéticas por sí solas, en los últimos años ha surgido una nueva moda: combinarlas con alcohol. Cada vez es más frecuente encontrar cocktails de este tipo en bares, discotecas y en preparaciones caseras. Pero, ¿es segura esta mezcla?
Según indica el nutricionista y académico, los peligros de los estimulantes aumentan en combinación con un depresor, como es el alcohol. “Las energéticas hacen que el consumidor se sienta más alerta y despierto, notando menos la cantidad de alcohol consumido, lo que aumenta el riesgo de dependencia”. Además, al haber más concentración de hormonas diuréticas, también puede producirse deshidratación y resacas más severas.
Pero entre los mayores peligros se encuentran problemas cardiacos y de presión arterial, que pueden derivar en infartos, así como taquicardia, que también se puede traducir en ataques de pánico. Además, con el incremento de la frecuencia cardíaca, se pueden alterar compuestos de la sangre como la glucosa, insulina, cortisol, dopamina, norepinefrina y epinefrina, pudiendo ocasionar un ataque al corazón.
Finalmente, “el consumo de alcohol y energéticas parece conducir a una percepción alterada del estado de intoxicación, lo que conduce a un aumento de los comportamientos de riesgo, como la posibilidad de producir accidentes de tránsito”, dice Durán, y manifiesta la importancia de sensibilizar a la población respecto de estos riesgos.
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